Primer día de clase.
Nos presentamos y explicamos en qué consiste la asignatura.
Turno de preguntas.
La primera pregunta que hacen los alumnos es:
– ¿Puedes volver a repetir cómo es el examen por favor?
Y la segunda pregunta es:
– ¿Y no hay libro?
Tras explicar de nuevo los criterios de evaluación de la materia solemos responder: «no, no hay libro» y un porcentaje significativo de alumnos (sobretodo cuando son de 1º) nos miran con cara extraña «¿una asignatura sin libro?». Cuando son alumnos de cursos superiores a 1º entonces preguntan «¿Nos dejará que fotocopiemos los Power Point?», resignados a pasarse el resto del cuatrimestre como copistas de cada una de nuestras palabras.
Intentamos entonces explicar que en la Universidad se les presupone una serie de competencias de adquisición y gestión de la información, que tienen que crear su propio material, que se les proporcionarán múltiples recursos, que tendrán artículos escritos por autores relevantes, que tienen una guía didáctica en dónde se especifican objetivos, contenidos, competencias y bibliografía (entre otras cosas), que se trabajará colaborativamente, que ellos mismos crearán su material a partir de los recursos, y ellos siguen mirando con incredulidad, para terminar preguntando «¿entonces nos deja los Power Point o no?»
Esas habilidades que presuponemos muchos de ellos no las tienen. Y normalmente no es responsabilidad de ellos (o al menos no totalmente) pero es el resultado de alumnos que se han pasado año tras año siguiendo página a página libros de texto.
¿La responsabilidad? de nadie y de todos. En los futuros estudiantes de Magisterio hay sorpresa cuando se les explica que hay unos niveles de concreción curricular, que lo que se da en clase no sale únicamente del libro, que tienen que planificar, que preparar los recursos de sus asignaturas forma parte de su trabajo como futuros docentes.
Podríamos preguntarnos, ¿entonces no utilizamos el libro?.
Ni una cosa ni la otra, ni tenemos que utilizarlo para todo, ni tenemos que desterrarlo, ni mucho menos, de las aulas. Es un recurso más, como otros cientos que existen y que podemos utilizar. Pero si dejamos que guie página por página las clases (no lo neguemos, a veces es así) se rompe el esquema básico de la enseñanza. Y ¿para qué sirve entonces un profesor si lo puedo leer todo en un libro?
Cuesta mucho, muchísimo, hacer una Unidad Didáctica buena por competencias, pero cuando se hace, cuando se planifica pensando en los alumnos y luego se ven los resultados, un docente se da cuenta que merece la pena.
Sin embargo, nos sigue costando separarnos del libro de texto (en su versión impresa o ahora digital). Los alumnos «quieren» libro de texto, no porque sea mejor, sino porque se sienten desorientados a la hora de gestionar la información. Por eso es muy importante estar constantemente ubicando al alumno en dónde estamos y qué materiales tienen disponibles.
¿Y qué pasa cuando el libro deja de colonizar nuestras vidas?
Pues uno entiende que hay vida más allá, descubre que es un recurso estupendo para algunos temas pero que para otros se pueden utilizar otros recursos, se aprende que la red ofrece infinitas posibilidades, se entiende que el trabajo colaborativo también implica aprendizaje, se comprende que entre todos podemos analizar un concepto y crear nuestra propia definición, se descubre que cuando trabajas con diversos recursos se trabaja la capacidad crítica, se valora que los alumnos puedan trabajar otro tipo de lenguajes audiovisuales tan importantes hoy en día, se entiende la importancia de hacer una buena planificación educativa, y ante todo, se valora todavía más la importancia de nuestra profesión como expertos en educación, y se asume la importancia de evaluar de otra forma.
Básicamente, lo importante es lo que se hace, y eso lo planifica y gestiona el profesor. Os animo a intentarlo este curso, no es tarea fácil, los alumnos pedirán constantemente un libro del que memorizar, pero al final agradecerán el aprendizaje práctico y cercano a su realidad.
No hay que demonizar a las editoriales, sino repensar nuestro papel como profesionales de la educación. Las TIC en este aspecto nos ofrecen infinitas posibilidades. Pero hay que tener cuidado, porque hablar de libros de texto «digitales» que los alumnos pueden leer en una tablet no implica una innovación docente. Innovar es hacer algo nuevo, algo distinto, dar una respuesta distinta.
Olvida lo que conoces, valora las ideas más locas, replanteate quién eres y qué hacer y sobretodo ¿Qué te gustaría hacer con tus alumnos?. Cuando el libro de texto deje de colonizar las aulas (recordemos que no es el recurso el problema, sino el mal uso que hacemos del mismo). Cuando eso pase, habremos dado un primer paso para que cambie y mejore la enseñanza.