«Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas«, indica uno de los titulares más retuiteados de los últimos tiempos acerca de las pantallas en las escuelas, y muy utilizado por algunas posturas para argumentar la importancia de eliminar todo tipo de tecnología de las aulas, porque ¿si ellos lo hacen por qué no nosotros?.
Para deshilar este mito tenemos que empezar por entender el contexto de estos centros y estos profesionales. En el modelo educativo americano, las escuelas privadas cobran un papel fundamental en el sistema. Sabemos que su modelo educativo es bueno en algunos aspectos (como el I+D de centros de investigación), pero tiene muchos agujeros en cuanto a la igualdad y la justicia social. El enfoque de los centros privados está totalmente bajo la dinámica del mercado. Se desarrollan como marcas y se venden para ganar posibles clientes. Los colegios Waldorf son, en su mayoría en EEUU, centros privados que están muy asentados en esta zona del país (California). Sobre los colegios Waldorf se ha escrito y dicho mucho, su creador, Steiner, fue fundador de la Antroposofía, que es cuestionada por su enfoque esotérico. El enfoque de Waldorf en educación es interpretado de diferente manera en función del país y de la escuela Waldorf en sí, aunque tiene algunos elementos comunes, como enfocarse en la creatividad de los niños y niñas. Es evidente que hay cosas de Waldorf que son interesantes y que hay centros que hacen buen trabajo desde ese enfoque, pero tenemos que saber que el enfoque Waldorf es cuestionado, y las escuelas Waldorf americanas y de California en particular, surgen en un escenario determinado, que tenemos que entender para poner la noticia en su contexto.
La matrícula en los centros de la zona de Silicon Valley cuesta unos 30.000 dólares. Lo de ponerle apellido pedagógico (Waldorf, Montessori…) a centros educativos es algo que suele hacerse cada vez más y es comprensible que los centros quieran hacerlo, ya que operan bajo la lógica de la oferta-demanda que funciona en este contexto estadounidense, por lo tanto, tienen que diferenciarse del resto de centros, pero ponerle apellidos de pedagogos a las escuelas hace parecer que estamos adscribiéndonos a métodos como si fueran religiones, cuando la investigación didáctica nos dice que en la diversidad de estrategias e influencias está el potencial del docente en construir lo más adecuado para cada circunstancia. Cuando nos suscribimos a un único método nos lleva a vender los centros como marcas y esto deriva en ocasiones en situaciones en las que confundimos todo y terminamos considerando que cualquier cosa de poca altura y de madera es Montesorri, por ejemplo. Por supuesto, la educación necesita echar una profunda mirada a las pedagogías que siempre han sido referencia en esta etapa educativa, pero no podemos olvidar que la escuela reglada como institución social y democrática es indispensable y una conquista social a la que tampoco debemos renunciar. En este contexto, tenemos que entender que estos centros Waldorf buscan un modelo de negocio que les haga diferenciarse del resto, y la visión anti-tecnología vende. En California hay unos 40 colegios Waldorf. Es frecuente encontrar esa visión anti-tecnología como parte de su publicidad «mientras que otros colegios de la región presumen de sus aulas informatizadas, el colegio Waldorf tiene une metodología simple, casi retro: pizarras con tizas y estanterías con enciclopedias».
Ya a mediados de los 80 del siglo pasado se crearon escuelas a demanda de los grandes empresarios tecnológicos de la zona. Es un mercado que responde a lo planteado por las familias en un sistema educativo muy mercantilizado. Jackie Marsh ha estudiado el posible rechazo a la tecnología de esta élite empresarial y, como explicamos en este artículo, lo que se suele rechazar es que los niños y niñas pasen mucho tiempo «sin sentido» delante de las pantallas. Es curioso que algunas familias lleven a sus hijos a centros sin pantallas, pero luego acuden a extraescolares, como los makerspaces, en las que sí se hace uso de tecnología. Las investigadoras de un proyecto sobre makerspaces se preguntaban por qué los gurús anti-tecnología apuntaban a sus hijos e hijas a actividades en esos espacios. Indican que estas familias restringen el uso de tecnología, pero son totalmente conscientes de la necesidad de que los niños y niñas se eduquen en recursos tecnológicos de una forma controlada y reconocen la importancia de las habilidades digitales hoy en día. Es decir, tratan de reducir un uso que no tenga sentido de las pantallas en casa, pero son favorables a participar en los makerspaces en los que la tecnología permite la creación y el desarrollo de la creatividad. Esta perspectiva parece más coherente, en un sector que lanza campañas en las que trata de hacer ver la importancia de aprender a utilizar la tecnología de forma adecuada y favorece la programación en las escuelas.
En todo caso, seguro que hay familias de Silicon Valley que tienen una visión negativa de las tecnologías en las escuelas, pero recordemos que trabajar en Silicon Valley no te hace experto en didáctica. La investigación educativa nos indica es que en etapas tempranas (0-8 años) la clave del uso de la tecnología es que no sustituya ninguna actividad de tipo manipulativo o comunicativa, y que la tecnología, bien incorporada, contribuye al desarrollo de la competencia digital. Los estudios indican, por ejemplo, que lo adecuado es incorporar el juego tradicional y el digital, de tal manera que coexistan pero que el último no desplace al primero, ya que la clave es el uso multimodal de las herramientas y materiales en el entorno. Una de las claves es potenciar su rol como creadores, no como meros consumidores de pantallas, en este sentido, el pensamiento computacional es un planteamiento interesante para abordar en Educación Infantil. El estudio Young Children and Digital Technology, llevado a cabo en 2017 en 21 países de la Unión Europea, concluye que, en general, en Europa los niños de 0 a 8 años aprenden a usar las tecnologías viendo el uso que hacen sus familiares. En los casos de niños y niñas que acuden a escuelas que han implementado las tecnologías en la educación, son más conscientes de los riesgos que conllevan. El estudio también indica que las familias favorecidas socioeconómicamente son más conscientes de los riesgos y los problemas de abuso de las tecnologías, por lo que son más restrictivas con el tiempo al que se exponen los niños a ellas (todo esto, lo comentamos aquí).
Por lo tanto, lo que parece que refleja la tendencia de llevar a niños a colegios sin pantallas en Silicon Valley, es, por un lado, el reflejo de una dinámica habitual de un tipo de élite y de un sistema educativo, como es el americano, que difiere mucho del nuestro. Y por otro lado, estas familias no parecen negar en su totalidad el uso de la tecnología, sino que quieren ser ellos quiénes decidan cómo y cuándo incorporarla, teniendo en cuenta que tienen los recursos (tanto en dinero como en conocimiento) para hacerlo.
Pero no todos somos gurús informáticos que podamos ayudar a nuestros hijos con estos temas. Afortunadamente, nuestro sistema educativo no es el estadounidense y es un logro como sociedad el acceso a una educación de calidad y en igualdad de oportunidades. Formar en un uso adecuado de tecnologías es una cuestión de justicia social, de tal forma que no solo los hijos e hijas de los gurús de Silicon Valley estén preparados para un mundo digital. La Competencia Digital es un derecho y un deber en nuestro sistema educativo. Está regulada para ser trabajada de forma transversal y no se refiere solo al uso técnico, sino a la educación que les permita vivir en un mundo digital. No necesitamos ser gurús, necesitamos dotar de recursos y formación para que esta formación pueda ser de calidad.